Jesús, al ver a la multitud, tal vez escuche este versículo del Salmo - lo cantamos cada anochecer en Completas y esta noche en Vigilias: Muchos dicen: “¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?” (Sal 4,7).
[… ] Sí, hoy en nuestro mundo hay muchísimos que preguntan: ¿Quién nos hará ver la dicha? ¡Bastaría como respuesta promulgar una ley: sharia o catecismo, garantizando una felicidad... obligatoria y triste, en la que la gente, a decir verdad, no tiene nada que hacer!
¿Debemos adelantar ideas y desarrollar una felicidad bien programada, fría y tan exclusiva: felicidad de los ricos o del proletariado, felicidad de los blancos, felicidad occidental como Le Pen o felicidad islamista? ¿Deberíamos elegir?
Sí. Elegir a Jesús. ¡Nuestra felicidad eres tú! En la montaña, Jesús no nos ofrece una ley, sino ante todo su mirada: gracia y verdad. Los pobres de aquí no son utilizados, manipulados, sino ante todo: honrados, respetados, amados, infinitamente mirados y ya iluminados.
Sólo entonces Jesús manso y humilde se autoriza - en nombre de Aquel que lo envió a anunciar una buena noticia - a hablar: enseña. No a la manera de los profesores de moral, de los especialistas de la religión. Con autoridad, es decir, como hombre feliz, enseña la felicidad. Enviado por su Padre para esto: para enseñarnos la Felicidad de Dios.
Simplemente dice: ¡Feliz! Y esta palabra se oye sencillamente hoy aquí: a dejarnos ir hasta el punto de ser tocada. ¡Felices! Hasta el punto de ser conmovido. Jesús quiere decir esto: feliz. Es gratuito. Nos es dado, no se compra ni se merece.
[… ] Cerca de un hombre, cerca de un pueblo que sufre, el futuro se hace tan incierto, frágil, precario, amenazado. Pero también la eternidad se hace sentir tan cerca al mismo tiempo que parece imposible de alcanzar. Estamos en el umbral que nos llevará a través de la muerte, esta negación radical de la felicidad. En el corazón, en el fondo de cada bienaventuranza, está tu mano que nos sostiene, tu aliento que nos inspira a vivir en ti, contigo: feliz. Ellos serán consolados. Este futuro abre un camino: se necesita tiempo para acoger la felicidad de Dios. Amados, lo somos... lo seremos. Este futuro nos da también una orden, nos compromete en una ética, en una santidad feliz y responsable: para consolar, Dios nos necesita. Lo vemos un día de entierro: este consuelo mutuo, esta hermosa y tierna compasión: comunión de los santos ya.
Hermano Christophe, extractos de la homilía para el 1 de noviembre de 1995