«No hay amor más grande que dar la vida por los que amas». Amaron a su familia de sangre, amaron a su familia religiosa, amaron a sus vecinos, a sus seres queridos, amaron a su país, amaron a Argelia, su pueblo de misión, porque obedecieron verdaderamente al mandamiento de amar, que no es un mandamiento que viene del exterior, sino una exigencia del corazón, que quiere amar con el mismo amor con el que se sabe amado, con el mismo amor derramado en el corazón por el mismo Espíritu Santo.

 

En el fondo, su muerte, la muerte de cada uno, de cada una, ha sido como la continuidad de toda su vida que, desde hace tiempo, desde siempre, pertenecía a Otro. A propósito de la situación peligrosa y de los riesgos incurridos durante este período, cada uno aceptó quedarse y, como dijo uno de ellos, Henri Verges, el primero de los 19 que fue asesinado: «Es parte del contrato y será cuando Él quiera, no es eso lo que va a impedirnos vivir de todos modos». Seguramente todos habrían hecho suyas estas palabras de san Agustín: «para nosotros, vivir es amar». Amar no es algo que se haga de forma intermitente.

A propósito del beato Henri Vergès, el beato Christian de Chergé, el prior del Monasterio de Tibhirine que será secuestrado y asesinado junto con los otros monjes, escribía a su Abad general, el 5 de julio de 1994 - pero lo que él dice allí lo habría podido decir de los demás y de su propia muerte -: «Su muerte me parece tan natural, tan conforme a una larga vida entera entregada por lo pequeño. Me parece que pertenece a la categoría que yo llamo "los mártires de la esperanza", aquellos de los que nunca se habla porque es en la paciencia de la vida cotidiana donde se derrama toda su sangre». Nuestros 19 hermanos y hermanas Beatos, que hoy recordamos, son un hermoso ejemplo de lo que el Santo Padre ha llamado en su exhortación Gaudete et Exultate, la santidad ordinaria.

Nuestros beatos nos guían por el camino de la santidad ordinaria. Muchos de nosotros, incluido yo mismo, los hemos conocido.  Eran sencillos y fraternales. Pero tenían como todos nosotros defectos de impaciencia, de ira, de negligencia, de mal humor o de cualquier  otro tipo... La hermana Odette nos ha confiado su oración: «Pido a Cristo, en este momento, la gracia de reconocerle cada día en una oportunidad que se me da para renunciar a mí misma, para silenciar la naturaleza, para dejarme destruir, y os aseguro que Él me da esta oportunidad cada día y que a veces me cuesta mucho reconocerle y dejarle hacer. En este momento especialmente, estoy apuntando a la vida comunitaria, tengo mucho que hacer en este punto, no sólo apoyar a las demás, sino ayudarlas y amarlas, no juzgar, no ser yo misma un sujeto de queja o sufrimiento para las demás, es muy difícil y tengo todo por hacer» (carta del 25 de abril de 1954).

¿Dónde radicaba su santidad? El hermano Michel, uno de los monjes de Tibhirine, escribió en una carta: «No tengo nada de héroe, soy más bien un cero» (carta de agosto de 1954).  Habían entregado su vida a Dios y en su vida diaria la entregaban al servicio de los demás. Es el secreto de la gracia bautismal. Nos hace hijos y hermanos.

Su vida estaba centrada en el encuentro con los demás. Este encuentro era su alimento. El amor al prójimo y a sus seres queridos llegaba hasta el amor a los enemigos, que no eran enemigos para ellos.  Durante toda la década oscura, hemos rezado por los llamados terroristas (siempre se les llama así aquí como en otras partes). En el monasterio de Tibhirine, los monjes rezaban por aquellos a quienes llamaban sus hermanos de la montaña (los que habían formado el maquis en las montañas) y los que llamaban sus hermanos de la llanura (los militares). Un cristiano argelino me confió que una de las cosas que le llevó a la fe cristiana fue ver a los cristianos rezar por quienes cometían actos de violencia contra ellos. Otro me dijo un día: «Sabía que hay que amar al prójimo, me lo enseñaron en mi religión musulmana: pero cuando leí en un Evangelio: ama a tus enemigos, sentí que mi corazón se resquebrajaba, se abría... no hay límite para el amor…».

«Vienen de la gran prueba», hemos escuchado en la lectura del libro del Apocalipsis. Ciertamente, hubo momentos de prueba. ¿Fue el último momento uno de ellos? Sin duda, pero fue diferente para todos. Para algunos de nuestros hermanos monjes, es verdad que me pregunto: ¿cómo ha ido? Tomados como rehenes durante mucho tiempo, ¿cómo se relacionaron con sus guardianes? El beato Christian de Chergé describe así el final de Henri Vergès, según lo que se ha podido contar: «Como la hermana Paul-Hélène, estaban en su sitio, indefensos... Todo fue rápido. Sólo una bala para cada uno. Justo en la cara del hermano Henri. Se derrumbó, llevando a su pecho la mano que acababa de extender al asesino; completaba así el gesto de bienvenida tal y como se practica aquí, como para decir mejor que sale del corazón».  Un testigo dirá que parecía dormido.

Pero creo que la gran prueba que atravesaron, y muchos otros con ellos, aún vivos hoy, es la prueba de los diez años de violencia en los que se sumió Argelia. Como el Cordero del que habla el Apocalipsis, siguieron siendo corderos. Otros también en el país no cedieron a la violencia, muchos de ellos musulmanes. Todos, todas, tomaron el lado del amor, del perdón... Rápidamente, en toda la Iglesia, nos gustó retomar esta oración de los Hermanos de Tibhirine que habían quedado muy marcados por la matanza de los 12 croatas en Tamesguida, donde vive el Padre Robert: desármame, desármanos, desármalos.

La Eucaristía ha sido para cada uno el alimento diario para atravesar la prueba. Para nosotros, los cristianos, sabemos lo que significa acercarse a la Eucaristía. Esto significa: «Mi vida por ti». Nuestra hermana la beata Odette lo expresó así: «Jesús nos ha dejado una señal de su voluntad de entregar su Vida. «Este es mi cuerpo, entregado por vosotros. Esta es mi sangre, derramada por la multitud». Este signo es también una llamada para la Iglesia, y para cada uno de nosotros: Haced esto en memoria mía» (Texto redactado por Odette el 16 de noviembre de 1994). Creo que se puede decir además que Odette Prévost, como nuestros otros beatos, enraizó toda su vida en la Eucaristía.

La Iglesia, es su vocación, es servidora del don de Dios a la humanidad. Ella da la Vida dando su vida a través y en la donación de nuestras vidas. Es necesario que el mundo sepa que amamos al Padre y que el Padre lo ama en el amor de todos sus hijos. Es la vocación de la Iglesia de Argelia, y es la vocación de la Iglesia de Italia, de España, de Filipinas, de Francia, de Burkina Faso, y de la Iglesia universal.

Monseñor Pierre Claverie, poco antes de ser asesinado el 1 de agosto de 1996, decía: «Para que el amor prevalezca sobre el odio, será necesario amar hasta dar la propia vida en un combate diario del que Jesús no salió ileso... Cuando se ama a un pueblo se le sigue sirviendo aunque vaya mal; he aquí la verdad del amor. Comporta siempre esta dimensión de ofrenda y de sacrificio»

Creo que la vida es para dedicarla a hacer felices a los demás, empezando por supuesto por la familia, los parientes, nuestros vecinos,... hasta los más lejanos.

Y María:

«En nuestra misión diaria meditamos, decía el beato Henri Vergès, "el modo de ser de María, discreción, paciencia activa, acogida y contemplación de Dios". Y añadía: «Nuestro carácter mariano sólo puede ponernos en profunda relación con el pueblo musulmán, que tiene una especial veneración por María (Miriam), la madre de Jesús».

María puede ayudarnos a acercarnos al Islam interior. Es, de hecho, una hermosa figura del alma musulmana, hecha de abandono confiado (cf. "Marie au regard de l’Islam"). Me gusta contemplar esta fe musulmana en la oración de estas madres que vienen a pedir la intercesión de María en la Basílica de Nuestra Señora de África, como lo hacen en Lourdes o en Notre-Dame de la Garde en Marsella. Y María da sus gracias sin distinción. Todos son sus hijos.

El hermano Henri oraba así: «Como María, con María, acoger a Jesús en mí y darlo a los demás» «Dios me ha enviado simplemente a sembrar la semilla en un campo elegido por él: sembrar, pues, en paz y dejar a él el cuidado del crecimiento. Sin asombrarse de la presencia de la cruz, como en la vida del mismo Jesús».

Están Notre-Dame de África, Notre-Dame del Atlas, Notre-Dame de Tibhirine, de Ténès y de Santa Cruz… Podríamos detenernos en la forma en que María ha estado presente en la vida de todos y cada uno de nuestros Beatos, de nuestras Beatas...

Hoy, 8 de mayo, Europa y Francia celebran el final de la Segunda Guerra Mundial. Argelia celebra el sangriento drama del 8 de mayo de 1945 en Sétif, Kherata, Guelma. Nuestra Iglesia católica celebra a sus 19 beatos mártires del más grande amor. Que nuestros beatos sigan mostrándonos el camino de desarmar los corazones para ganar la paz. Beatos mártires de Argelia, orad por nosotros, por nuestra Iglesia, por nuestra Argelia, por nuestro mundo enfermo del coronavirus. Obtened la gracia de la Esperanza, de la confianza.

                                                                                               + Padre Paul Desfarges, obispo de Argel

8 de mayo de 2020 - Casa Diocesana de Argel