20 Aniversario de Tibhirine
Peregrinación del sábado 16 de abril de 2016
Hechos 9,31-42; Salmo 115; Juan 6,60-69
Hermanos y hermanas
La Iglesia nos ofrece la Palabra de Dios para este día de peregrinación. Abandonamos hoy la figura de Pablo mencionada ayer para unirnos a la de Pedro. Al término de un largo camino, Pedro hizo de su vida un "Te amo". Después de su triple negación, confesó su amor tres veces: "Lo sabes todo, Señor, sabes que te amo". Generalmente se dice de Pablo, pero también es cierto para Pedro: ya no es él quien vive, es Cristo quien vive en él. Pedro no tiene nada más que dar, ni bienes, ni dinero, se despojó de todo con la mayor sencillez. Se ha convertido en un signo de sencillez y misericordia. Da, sin embargo, lo que le queda: una palabra que libera de la parálisis e incluso de la muerte. Da una palabra de vida.
Por su sencillez, Pedro se ha hecho semejante a Cristo. Cristo decía: “Quien me ve, ve al Padre”. Cuando se alcanza el grado de semejanza al que llegó Pedro, deberíamos poder decir: "Quien me ve, ve a Cristo". Pedro es demasiado humilde para decirlo pero, a través de su persona y sus acciones, es Cristo quien nos lo deja ver con transparencia. En cuanto a su misericordia, se refleja en la preocupación por la condición de las dos personas con las que se encuentra. Su "Te amo" va lejos y lo compromete profundamente. En el caso de Tabita, no es sólo una visita, una parada de paso, es una verdadera visitación. Pedro va sin tardar al lado de Tabita, como María fue de prisa al lado de su prima Isabel. Este es el misterio de la Visitación, tan querido por la comunidad de Tibhirine. Ser portador de un secreto de Dios, ir hacia el otro y descubrir que él también es portador de un secreto de Dios. Y si hay una visitación, es que hubo una anunciación.
La presencia de nuestros siete hermanos en Tibhirine es parte de una historia aún más larga que los 60 años de su presencia en este lugar. Se inscribe en la historia de los monjes venidos de Aiguebelle a Staouéli en 1843. Y esta historia santa comienza con un comentario del Emir Abdelkader (tenía entonces 29 años) al General Bugeaud que manda las tropas francesas. El Emir le dice estar asombrado porque los franceses se dicen creyentes aunque jamás los ve rezar. El General no es indiferente a esta observación, habla de ello a Mons. Dupuch, obispo de Argel, que pregunta al arzobispo de Aix-en-Provence, si no habría alguna comunidad que pudiera venir a Argelia. Así es como Aiguebelle envía a 40 monjes para ser "orantes en medio de orantes". El monasterio de Staouéli todavía existe; hoy está ocupado por 70 familias. Los monjes abandonaron Argelia en 1904 para regresar en 1934. Pero uno de ellos, el hermano Robert se negó a irse y prometió esperar el regreso de los monjes. Hace de nexo de unión entre la partida y el regreso de los monjes, un nexo de unión que duraría 30 años. Se reintegra a la vida monástica y muere en Tibhirine en 1956; reposa en el cementerio detrás de las tumbas de nuestros siete hermanos. El Emir habrá sido este otro que también es portador de un secreto de Dios.
Había una anunciación: la de una fraternidad universal. Casi 30 años antes del papa Francisco, el hermano Christian, en sus capítulos a sus hermanos, decía que todos habitamos en una "casa común", la creación. Y en toda casa, habitualmente, hay una sola mesa a la cual todos son invitados aunque no todos vienen para sentarse allí y comer. Él ya percibe la unidad a través de esta invitación y especialmente a través de los ojos del Padre celestial. Es el misterio de las palabras de la consagración que expresa el deseo de Jesús de poder mirarnos a todos y de poder decir por fin un día de verdad acerca de nosotros: “Este es mi Cuerpo y mi Sangre…” Algunos pueden pensar como las personas en el evangelio: "Lo que dice aquí es intolerable, no podemos seguir escuchándolo..."
Había una anunciación de la Pasión y de la Cruz. Es imposible no notar que hay dos cruces en esta pequeña capilla de Tibhirine donde estamos reunidos esta mañana. Una cruz desnuda, descarnada, la cruz de la violencia y de la muerte, el instrumento de suplicio inventado por los hombres. Y la otra cruz, la de Cristo con los brazos abiertos para recibir, para abrazar, para elevarse hasta él. Y entre estas dos cruces, la de cada una de nuestras vidas, la cruz de nuestros pasos atrás y adelante, la de nuestra semejanza a Cristo.
Había una anunciación de la Resurrección y de la Presencia de Cristo, “Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo”. A "el amor nunca pasará", que es una clave importante para entender la vida monástica y toda la vida siguiendo a Cristo, el hermano Christian agrega el "Todo está cumplido" de la última palabra de Cristo en la cruz. Todo está cumplido: la Resurrección ya está en funcionamiento desde la mañana de Pascua. Conscientes de nuestros límites, de nuestras miserias y del mal, "el todavía no está" no tiene problemas para abrirse camino. En cambio, olvidamos demasiado a menudo reconocer y gustar el "ya está allí".
El Papa Francisco acaba de firmar el prólogo de un libro titulado "Tibhirine, la herencia" y nos invita, con motivo de este vigésimo aniversario del don de la vida de nuestros siete hermanos, a asumir el legado de Tibhirine, convirtiéndonos, por nuestra parte, en signos de sencillez y misericordia en nuestro mundo.
André Barbeau
Abad de Val Notre-Dame (Canadá)
Padre Inmediato de Tibhirine de 1996 à 2006