La respuesta, me parece, puede ser: Eucaristía y vida entregada. Os invito a evocar el camino eucarístico que vivió toda una comunidad de monjes de la que nadie habría escuchado hablar si no hubieran tenido este trágico final.
El 26 de marzo de 1996, había 9 monjes en Tibhirine. Cada uno personalmente y todos juntos en comunidad, entregaron su vida. A lo largo de todo un período de discernimiento y de compromisos repetidos por votaciones comunitarias, período que duró casi 2 años y medio, decidieron quedarse en el mismo lugar para compartir la vida y el sufrimiento de la población de alrededor. Entregaron sus vidas, sabiendo muy bien que esto podría tener consecuencias dramáticas.
Ahora bien, la noche del 26 al 27 de marzo de 1996, en el momento de la incursión de un comando del GIA, 7 monjes son secuestrados y 2 son olvidados. Los siete serán asesinados. Aunque subsisten muchas dudas sobre las circunstancias exactas de su muerte, no hay duda de que son mártires. Es su vida entregada la que los llevó a esta muerte, en consonancia con su vida evangélica. Son mártires, pero entonces, ¿qué son pues los 2 supervivientes? Hicieron las mismas elecciones. Ellos entregaron sus vidas de manera similar. Participaron en el mismo discernimiento, tuvieron los mismos miedos que los otros, votaron como los otros. Y en la hora dramática del secuestro, en esta comunidad que ha hecho un extraordinario camino espiritual, ¡uno es raptado, otro es dejado! Dejado porque, en el caso del padre Amédée, la cerradura de su puerta se había roto hacía mucho tiempo y por la noche echaba un pequeño cerrojo desde el interior, y los terroristas no insistieron en entrar a su celda; en cuanto al padre Jean-Pierre, dormía en otra parte del monasterio: era portero, ¡y los terroristas no entraron por la puerta, sino por el jardín!
Pero ¿por qué te digo eso? Por 2 razones:
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Por una parte, creo que no hay ninguna diferencia entre la vida entregada por los 7 mártires y en la vida entregada por los 2 supervivientes.
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Por otra parte, tanto para unos como para otros, la fuente de su vida es la Eucaristía.
“Te amo, es maravilloso, es un milagro, es un regalo de Dios. Paso de la muerte a la vida. ¿Quieres todavía algo de mí, tu pobre amigo pecador? Hay tanto trabajo, tanto que orar, tanto que amar y tanto que agradecer”. [1]
¿Pero entonces, esta vida, se la tomamos? ¡No! Escuchad lo que dice el Padre Christian al principio de su testamento que será abierto después de su muerte: “Si me sucediera un día --y ese día podría ser hoy-- ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país”. [2]
“Habiendo alcanzado la edad de hombre, y confrontando, con toda mi generación, la dura realidad del conflicto de la época [la guerra de Argelia], se me dio la oportunidad de conocer a un hombre maduro que liberó mi fe aprendiendo a expresarme en un clima de sencillez, de apertura, de abandono a Dios que naturalmente abarca las relaciones, los acontecimientos y los pequeños hechos de la vida cotidiana. Nuestro diálogo fue el de una amistad pacífica y segura que tuvo a Dios por horizonte, por encima de la melé...Sabía que yo era seminarista, y lo veía practicar oración y ayunar con un corazón alegre. Este hombre analfabeto además de hablar actuaba; incapaz de traicionar a los unos por los otros, sus hermanos o sus amigos, es su vida la que puso en juego a pesar de la carga de sus diez hijos”. [3]
Lo que impresiona a Christian, es que este hombre, musulmán, por lo tanto no cristiano, vivió la cumbre más alta del cristianismo: la vida entregada por amor. Imitación del sacrificio supremo de Cristo. Esto solo puede venir de la acción del Espíritu Santo en él.
“En la sangre de este amigo, supe que mi llamada a seguir a Cristo debería, tarde o temprano, tratar de vivirla en el mismo país dónde me había sido dada esta prenda del amor más grande. Supe al mismo tiempo que esta consagración de mi vida debería pasar por una oración en común para ser verdaderamente testimonio de Iglesia”.
La muerte de Mohammed, que salvó su vida sacrificando la suya, fue para Christian mucho más que un episodio en su historia. Fue la revelación de un gesto que venía de Dios mismo, gesto al cual comprendió que había sido invitado a responder con otro gesto, el de un compromiso en esta tierra de Argelia, un compromiso orante que tomó la forma de una vocación monástica, un compromiso eucarístico que le condujo directamente al sacrificio de Cristo. Más tarde, él escribirá, evocando este acontecimiento:
“Cada eucaristía me lo hace infinitamente presente, en la realidad del Cuerpo de gloria donde el don de la vida tomó toda su dimensión por mí y por la multitud”.
Haciéndose eco de este compromiso, el hermano Christophe escribe en su Diario:
“La resolución imposible, sí, la tomé: recibida de ti. Amor que me obliga: Este es mi cuerpo: entregado. Esta es mi sangre: derramada. Qué ocurra según tu palabra, que tu gesto me atraviese. Y esta resolución - la tuya-: me sobrepasa infinitamente”. [4]
Hasta el fin del don. No podemos aislar a Christian o Christophe de la comunidad que los formó. Es toda una comunidad la que entregó su vida. ¿Hasta dónde nos llevará la vida entregada? Tal vez hasta dónde no quisiéramos ir. (cf. San Pedro) Hasta el martirio... Pero el deseo de martirio no está exento de ambigüedad: puede ser una búsqueda de uno mismo, una exaltación malsana. (cf. Los primeros mártires franciscanos de Marruecos, de quienes se dice que buscaron tanto martirio y se hicieron tan insoportables que ¡solo podría terminar así!) Por lo tanto, es necesario hacer un discernimiento sobre lo que nos hace actuar. Mientras que la vida entregada nos llevará a donde Dios quiera.
“Nosotros mismos, ¿de qué "martirio" estamos hablando? dirá Christian de Chergé. Durante mucho tiempo hemos entendido esta palabra en el sentido estricto de un testimonio explícito de fe hacia Cristo y el dogma cristiano, hasta derramar la sangre. Ciertas "Actas" de los mártires incluso nos asombran por este aplomo de la fe. Vivimos en un momento en que éste no excluye la duda, el cuestionamiento (...) No hay amor más grande que dar tu vida por los que amamos (Jn 15, 13). Mejor hacerlo por adelantado, y para todos, como Jesús. De tal manera que no te lo quitará a ti, el que piensa que te está matando; ya que, sin que él lo supiera, le fue concedido este don, como a otros. Hamid, uno de los jóvenes conocidos de la biblioteca de la Casbah que animaba el Hermano Henri (Vergès), pudo testificar: “No le quitaron la vida, ¡él ya la había entregado!”. Queda que el secuestrador cometió un asesinato, y que, en la violencia deliberada de su acto, gravemente faltó al amor que Dios inscribió en su vocación de hombre, como en la mía. No puedo desear esto a nadie. Jesús no pudo desear la traición de Judas. ¿No es demasiado caro pagar lo qué llamamos de buena gana la "gloria del mártir " y deberlo al gesto asesino de un hermano en humanidad? Sin mencionar las generalizaciones que muchos se inclinarán a hacer, incluyendo por ejemplo a todos los argelinos en la responsabilidad del crimen cometido por algunos... Su gloria a él, Jesús no la tiene de Judas. Ella proviene de su Padre y se aferra al testimonio que le es absolutamente apropiado, el de la inocencia: “Y la nuestra es justa, nos dan nuestro merecido; en cambio éste no ha hecho nada malo” (Lc 23, 41). Frente a este "martirio" - allí, el santo y el asesino son sólo dos ladrones que dependen del mismo perdón. ¡Poco hace falta a veces para que sean intercambiables! [5]
Dar su vida en respuesta al "te amo" de Dios, paso eucarístico, el Hermano Christophe vuelve allá sin cesar en su diario o sus poemas; el día después del asesinato en Argel de sus amigos, el Hermano Henri Vergès y la Hermana. Paul-Hélène Saint Raymond, escribe:
“Este testimonio pasa a través de siervos y servidores – amigos – y viene de más lejos, se mezcla con la Eucaristía”. [6]
Y cuando el 23 de octubre siguiente, las Hermanas Esther y Caridad (Misioneras de San Agustín), sean asesinadas al entrar en una capilla de Bab el Oued, él escribirá:
“en la puerta de la iglesia, a la hora de la Eucaristía han celebrado realmente”. [7]
Pero diréis, nosotros no estamos en situaciones extremas como estas. Es verdad. Pero, ¿debemos concluir de inmediato que ya no nos preocupa el enfoque de los Hermanos de Tibhirine? No vayamos tan rápido: parte de la respuesta nos la dará el padre Pierre Claverie, obispo dominico de Orán, que será asesinado el 1 de agosto de 1996. Escribe:
“Dar su vida, esto puede traducirse por el martirio. El martirio en el sentido original, que es el testimonio del más grande amor, no es correr hacia la muerte o buscar sufrimiento por sufrimiento o crearse sufrimiento para que derramando la sangre de uno se acerque a Dios. No es eso en absoluto; es asumir las dificultades de la vida, asumir las consecuencias de sus compromisos (…) Uno solo puede asumir las dificultades de la vida o las consecuencias de sus compromisos confiando en Dios o encontrando sus recursos en Dios. Dios hace su obra en la debilidad humana. Creo que debemos darnos cuenta de que la condición humana está hecha de equilibrio frágil; no somos nada más que eso. No podemos soñar que somos seres estables que nunca tendremos que experimentar la ruptura, la fractura interna o los desequilibrios... Y así, lo único importante en este estado es tomar la vida, como es, tratar de darle sentido y fecundidad; en otras palabras, transformar todo en amor, transformarlo todo en el don de la vida o en la comunicación de la vida o en la liberación a través del amor. Pero hay muchas maneras de dar la vida. Hay el martirio rojo (martirio sangriento) y lo que Don Helder Camara llama el "martirio blanco". El martirio blanco es lo que intentamos vivir todos los días, es decir, este don de su vida gota a gota en una mirada, una sonrisa, una atención, un servicio, un trabajo, en todo tipo de cosas que hacen que un poco de la vida que vive en nosotros sea compartida, dada, entregada. Es allá dónde la disponibilidad y el abandono hacen las veces de martirio, hacen las veces de inmolación. No retener su vida. [8]
Y el padre Christian, en su homilía del Jueves Santo de 1994, va en la misma dirección cuando dice:
“Por experiencia, sabemos que los gestos pequeños a menudo cuestan mucho, especialmente cuando tienes que repetirlos todos los días. Lavar los pies de sus hermanos el Jueves Santo pase, pero ¿si tuviera que hacerse a diario? En todo caso (…) Le dimos a Dios nuestro corazón "al por mayor", y nos cuesta mucho que nos lo tome poco a poco”. [9]
Es esta configuración a la Eucaristía que debería tejer nuestra vida. Un día, celebrando la misa, el Hermano Christophe, en el momento de la comunión, por un falso movimiento, derriba el cáliz. Escribe entonces:
“Bebí, pero el cáliz, por un gesto torpe de mi parte, quedó desequilibrado. La copa se inclina, ya no retiene el don, la sangre derramada está en el altar; el amor derramado dibuja sobre el mantel bordado la verdadera historia de mi vida. Un llanto – frágil – brota de la infancia: ¿a quién hay que pedir perdón? Mi mano está impregnada de Ti. Hoy, ser memoria de Ti Viviente”. [10]
Vida entregada, es también la del Hermano Luc, el monje-médico, el de mayor edad de la comunidad. A menudo escribía a sus amigos médicos para pedirles medicamentos; y sus reflexiones sobre la situación que vivía nos muestran a un monje que llega al final del camino:
“A mi edad, el Adviento no durará mucho y la venida del Señor llegará pronto. En este año mariano, le pido al Espíritu Santo que prepare mi alma, mi mente y mi cuerpo para este encuentro con Jesús. Espero que usted esté bien y que el frío no sea demasiado intenso. En cuanto a mí, enfermo y pobre, siempre cuido a los pobres y enfermos. ... Soy como un viejo muro inclinado, y que pronto se derrumbará. Pido al Espíritu Santo que prepare mi espíritu, mi mente y mi cuerpo para este encuentro con el Señor”. (14/12/87)
“Estoy viejo y enfermo, hago lo que puedo, pero es la gota de agua. Cuando pasan los años me hago la pregunta, ¿qué he hecho con mi vida? Es en este momento cuando viene a la memoria la frase de León Bloy «sólo existe una tristeza y es no ser santos»”. (10/07/92)
“Sólo podemos existir como hombre aceptando hacernos imagen del Amor, tal, como es manifestado en Cristo, que, siendo justo, quiso sufrir la suerte del injusto”. (24/03/96)
No vayamos a creer que esta imagen del Amor sea fácil ponerla en ejecución. ¡Tenemos la experiencia! En el difícil clima de inseguridad y peligro, afortunadamente hay horas de gracia, horas de intensa comunión fraterna, donde el soplo del Espíritu es casi palpable.
“Ayer por la mañana, en el capítulo, había una luz muy suave entre nosotros. Estábamos "expectantes" escuchándonos mutuamente: escuchándote a Ti”. [11]
Fue durante este capítulo cuando cada uno de los hermanos se expresó para tomar la decisión de quedarse en Tibhirine dentro del contexto de una vida entregada.
“Te pido en este día la gracia de convertirme en servidor y dar mi vida aquí en rescate por la Paz, en rescate por la Vida. Jesús, atráeme a tu alegría de amor crucificado”. [12]
“Lo que le va a pasar a Jesús, esta cruz que él decide cargar antes incluso de ser clavado en ella, eso es lo que le sucede ahora a su cuerpo, a la Iglesia y a todos aquellos que forman invisiblemente la comunidad de la mesa de la vida, con Él. ¿Lo entendéis? Lo que le pasa a Jesús es lo que le pasa a Dios: ¿qué puede sucedernos más hermoso? Es el acontecimiento del Don, al alcance de la mano, sobre la mesa. Hermanos, dejemos a Dios poner la mesa, aquí, para todos, amigos y enemigos. Padre, que lo que pasa a tu Hijo, nos pase a nosotros”. [13]
Y este don de la vida lleva al perdón:
Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este "A-DIOS" en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMEN! Inch’Allah!
Es el final del Testamento de Christian de Chergé que piensa que el santo y el asesino son sólo dos ladrones que dependen del mismo perdón. ¡Poco hace falta a veces para que sean intercambiables! ¿No estamos en la cima de la contemplación?
Podemos terminar estos comentarios recordando lo que el Papa Benedicto XVI dijo en una homilía (7 de mayo de 2006) a los sacerdotes. Establecía un vínculo perfecto entre la Eucaristía y la vida entregada:
El sacerdote se prepara para ser "otro Cristo": el verdadero sacerdote da su vida por sus ovejas "se entrega a sí mismo" a partir del sacrificio ofrecido por las manos consagradas durante la misa de ordenación: la Eucaristía diaria.
“La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida. La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debemos darla día a día. Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo”.
“Dar la vida, no tomarla. Precisamente así experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien da su vida la encuentra”. (HOMILÍA DE BENEDICTO XVI, 7 de mayo de 2006)
Vivir siguiendo a los mártires de Tibhirine, ¿no es esto? ¿Entregar nuestra vida, vivir en plenitud nuestra vida cristiana, seguir a Cristo que entregó su vida? Hacer así la experiencia de la libertad característica de los hijos de Dios que se dejan construir por Él hasta la plenitud de su vida.
En el abandono total a Dios, podemos entonces hacer nuestra esta oración encontrada en la bolsa de mano de la Hermana Odette, una Hermanita del Sagrado Corazón, asesinada en Argel el 10 de noviembre de 1995:
Hermano Jean-Claude
Abadía de Cîteaux
28 de marzo de 2012
Notas:
[1] Aime jusqu'au bout du feu. p. 106
[2] Testamento del Padre Christian de Chergé.
[3] Citado en Famille Chrétienne N° 1471 p. 62.
[4] Le souffle du don. Journal de Frère Christophe. Bayard Editions / Centurion p. 31
[5] (17 juillet 1994) Extraido de Sept vies pour Dieu et l'Algérie – Bayard Editions / Centurion 1996 p. 134 ss
[6] Le souffle du don. Journal de Frère Christophe. Bayard Editions / Centurion p. 86 (10 mai 1994)
[7] Le souffle du don. op. cit. p. 116
[8] Inédito.
[9] Sept vies pour Dieu et l'Algérie – Bayard Editions / Centurion 1996 p. 134 ss
[10] Aime jusqu'au bout du Feu. p. 120
[11] Aime jusqu'au bout du feu. p. 148
[12] Aime jusqu'au bout du feu. p. 172
[13] Aime jusqu'au bout du feu. p. 174 Jueves Santo 1995