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au fil liturgie elisabeth

Entonces, verás, María se levanta y se va apresuradamente... corre, corre: ¡está loca de alegría! ¡Dios está aquí! ¡Dios está aquí! ... ¡Oh! David bailando frente al Arca, ¡no era nada al lado de María! ¡Dios está aquí! ¡Dios está aquí! ¿Cómo podría contener su alegría? ¡Dios está aquí! ¡Dios está aquí, en mí! Sí, es en ella donde Dios acaba de ser concebido... esa es la alegría que la arrastra, que la lleva... ¡y hay motivos!... Ella está tan locamente feliz de ser tan locamente amada... y luego, ¡qué novedad! Sí, es realmente lo imposible lo que se realiza: Dios... ¡Dios que viene a encarnarse!

Pero, ¿por qué va a casa de su prima Isabel?... Es que el Ángel le dijo que su vieja prima, la estéril, ¡está en su sexto mes!... Así, como dice san Ambrosio: «Con la solicitud de su alegría parte para el cumplimiento de un servicio». Y es cierto que va a ayudar a Isabel para el final de su embarazo. ¡Eso es lo que es María! María la perfecta sierva del Señor y sierva de los hombres, perfecta en su relación con Dios - se ve bien en el relato de la Anunciación - y perfecta en su relación con los hombres - se ve hoy en esta Visitación... Pero sin saberlo demasiado, viene a prestar un servicio más profundo: lleva a Dios a su prima, y esto también es María... ¡Apenas lo recibió lo dio! Ella lleva a Dios en sí, pero es para llevarlo al mundo... y he aquí que al llevarlo a Isabel, lo da también a Juan el Bautista, que salta de alegría en el vientre de su madre: ¡primer encuentro de una gran amistad... y María es la fuente!

Pero no es sólo para servir para lo que va a visitar a su prima, sino también para reconocer el signo que el Ángel le ha dado: la maternidad milagrosa de Isabel es el signo de su propia maternidad que comienza. ¡Oh! ¡Ella lo sabe, ella lo cree! ¡Sí, feliz la que creyó en la palabra! (Lc 1,45) pero Dios en su bondad quiere confirmar su palabra con este signo... y María no sólo tiene la alegría de reconocer el embarazo de Isabel, sino que Isabel y Juan Bautista tienen la alegría de reconocer la maternidad de María... Escucha como es proclamada Madre del Señor... (Lc 1,43). No sólo reconoce, sino que es reconocida: un doble reconocimiento que los pintores han sabido expresar maravillosamente representando a las dos mujeres poniendo sus manos en el vientre de la otra... el reconocimiento... ¿no es así? ¿No es el secreto de toda esta alegría y luz que emana de esta Visitación?

Reconocimiento… está bien el hecho de tocar, constatar... pero reconocimiento, es también la gratitud, la acción de gracias, este agradecimiento que nos invade ante el Don de Dios... ¡Magníficat! ¡Magnificat! (Lc 1,46).

Y, además, otra cosa: en «reconocimiento» hay «nacimiento», y vivir el reconocimiento es nacer a una nueva relación con el otro por una comunión profunda... Y María está viviendo también esta tercera forma de reconocimiento: ahora que Dios está allí, sí, allí personalmente en su vientre, ella entra en una nueva etapa de su relación con Dios y de su misión... Como toda mujer embarazada, ella está atenta al niño que crece en ella, y vive esta transformación de sí misma que siempre logra una primera maternidad... pero como su hijo es Dios, es su relación con Dios la que se transforma... una nueva comunión, un admirable intercambio donde mientras ella da carne a su hijo, este niño le da parte de su divinidad... María y Jesús se acogen y se entregan el uno al otro en un único movimiento que se puede llamar: «la acogida como ofrenda». En efecto, en un mismo movimiento María acoge a su hijo y se ofrece a él ofreciéndolo al Padre, del mismo modo que Jesús, ofreciéndose a María, acoge a toda la humanidad y nos ofrece al mismo tiempo al Padre.

Hermanos y hermanas, este movimiento de acogida como ofrenda, creo que es el fondo profundo y dinámico del acto de reconocimiento, según los tres aspectos que acabamos de ver, y que anima también su desarrollo misionero: ¡porque si de verdad hemos reconocido el amor, queremos que todos lo conozcan, y queremos hacer todo lo posible para que todos puedan reconocerlo!

Porque esta alegría, esta alegría de María, esta alegría del reconocimiento... ¡es para nosotros, es para todos!... Hoy, todavía es un secreto en la intimidad de esta Visitación, pero mañana, en unos días, ¡es Navidad!... ¡Veremos el rostro del Niño!... ¡Un rostro ofrecido a todos! ... a José y a María, a los pastores, a los Reyes Magos y a la multitud del Templo de Jerusalén... para que todos lo reconozcan. ¡Para que en todos se convierta en RECONOCIMIENTO!

Pienso en una maravillosa Natividad, de un pintor holandés, practicante desconocido, donde el niño está totalmente resplandeciente de luz... ¡es un pequeño Transfigurado!... y María, junto a él, está totalmente iluminada por esta luz... No es una representación realista, es una visión espiritual, es la representación de la contemplación de María, es verdaderamente la representación del reconocimiento de María... que reconoce a Dios en su hijo, que permanece en la adoración, y que se deja transfigurar por su Presencia... eso, hermanos y hermanas, es realmente Navidad... ¡la fiesta del reconocimiento!

Hermano Christophe, Homilía para el IV Domingo de Adviento (C), 18 d diciembre de 1994,

Publicada en Lorsque mon ami me parle, Éditions de Bellefontaine, 2010,  p. 108-110