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El Islam nace en el desierto, como el monaquismo. Lleva una marca indeleble. El mismo profeta se mantuvo "inclinado a la meditación y al silencio". Y la vida ritual tiende a situar al creyente «solo con el Solo», incluso en la Meca cuando los peregrinos se presentan por centenares de miles. El muecín que llama a la oración se expresa en solitario: "Testifico..." (Ashhadu). Además, tanto en el Islam como en el Cristianismo, se alimenta la conciencia de ser, como Abraham, “sólo extranjeros y viajeros en la tierra… hechos para aspirar a otra patria” (Hb 11,13ss) a la que conducen todos los caminos del desierto. (Septiembre 1989)