Hace diez años muchos de nosotros estábamos presentes aquí para celebrar las exequias del Cardenal Duval y de los siete monjes de Tibhirine. El Cardenal Arinze representaba al papa Juan Pablo II y el cardenal Lustiger, arzobispo de París, había venido para testimoniar su solidaridad. Mons. Claverie, el obispo de Orán, estaba entre los celebrantes. Ignorábamos que se reuniría con nuestros queridos desaparecidos dos meses más tarde.

Personalidades políticas de alto rango habían querido, con su presencia, testimoniar su emoción y su solidaridad.

En su evangelio, San Juan nos dice esta palabra del Señor: Si el grano de trigo caído en la tierra no muere, permanece solo. Pero si muere, da mucho fruto. Tenemos la suerte, diez años después de la muerte del Cardenal Duval y la de los monjes de Tibhirine de verificar estas palabras del evangelio. El primero dio su vida entera para que la Iglesia esté al servicio de todos los argelinos, y los monjes, en cuanto a ellos, deseaban que su oración estuviera unida a la que sube de este pueblo de creyentes. Hoy podemos regocijarnos de que, gracias a estas vidas que se entregaron a Argelia, muchos en este país han llegado a cambiar su mirada sobre la comunidad de los cristianos. El cristianismo no es más el rival, y por lo tanto el enemigo del Islam, sino que los cristianos, sean o no argelinos, son hermanos, solidarios para lo bueno y para lo malo.

Después de mi servicio militar, que me permitió descubrir una Argelia de la que ignoraba todo, había entrado en el seminario de Issy les Moulineaux, desde donde había preguntado a Mons. Duval si me aceptaría como sacerdote en su diócesis de Argel. Lo que había aparecido en la prensa de sus posturas a favor de mayor justicia, sus apelaciones al respeto de toda persona humana, y sus declaraciones a favor del derecho de los argelinos me parecieron exactas, como para permitir el mantenimiento, en una Argelia independiente, de una comunidad cristiana modesta, sin duda, pero reconocida como argelina; porque habiendo aceptado la Argelia independiente, algunos incluso se arriesgaron incluso para que se consiguiera. No hay duda que Mons. Duval lo habría deseado.

Desgraciadamente, a causa de los extremistas de ambos lados, este sueño de una Argelia pluralista no se realizó. Y creo que, después de haber sufrido la incomprensión de muy numerosos miembros de la comunidad católica, Mons. Duval sufrió mucho al ver irse a los que le habían escuchado, habían acogido sus mensajes con alegría, y habrían deseado continuar sirviendo a este país. Quedó sólo un pequeño rebaño, verdaderamente no suficiente para que se pueda hablar de pluralismo confesional en Argelia.

Este rebaño fue mermando en el curso de los años, y Mons. Duval debió soportar el asesinato en 1976 de su obispo auxiliar, luego, poco después, la salida de religiosos y religiosas tras la nacionalización de escuelas privadas. Esta nacionalización incluso le obligó a abandonar su domicilio, que fue expropiado por el Estado con el Seminario Menor.

Vino finalmente una década negra durante la cual, en menos de tres años fueron asesinados dieciocho sacerdotes y religiosas de la diócesis de Argel…

¿Cómo nunca se desanimó Mons. Duval? ¿Cómo jamás dejó de creer en el futuro de este país dónde había decidido servir hasta el fin de sus fuerzas y morir?

Hubo, por supuesto, en el último período de su vida, la asistencia de su sobrina, Luisa, a quien debemos un reconocimiento inmenso. Hubo la fidelidad de cristianos que se hacían eco de su palabra, compartían sus preocupaciones, y a menudo lo aconsejaban y lo alumbraban: Jean Scotto, Jobic Kerlan, Pierre Chaulet, Henri Teissier, José Blasco, y también Denis González, Julien Oumedjkane, o Marie Octavie Boccognano, por citar sólo algunos. Sin hablar del apoyo constante de Pablo VI, que lo hizo cardenal.

Monseñor Duval, aunque algunos miembros de la comunidad cristiana consideraron que los había traicionado, nunca fue un hombre solo.

Pero también, lo ha dicho muchas veces, fueron amigos argelinos quienes lo apoyaron en todos los períodos de su vida de obispo. Consideraba su tarea de obispo como estar al servicio de todos sin excepción, incluido los musulmanes. Estos amigos argelinos fueron un apoyo esencial en las dificultades que atravesó. Si él predicó tanto el amor fraternal, es porque lo experimentó. Como Pedro, en la primera lectura del domingo: "En verdad lo comprendo: Dios no hace diferencia entre los hombres; cualquiera que sea su raza, acoge a los hombres que lo adoran y hacen lo que es justo".

Bajo un exterior más bien reservado, debido a la alta idea que tenía la dignidad de su función, sabía acoger con calor y cordialidad a todos sus huéspedes. Una vez invitó a sus sacerdotes a dar prueba de una "exquisita civilidad" - una fórmula sin duda tomada de San Agustín, con quien mantuvo una larga relación y al que leía en latín. Bajo la apariencia exterior que podía impresionar, - sin duda la única persona que se atrevió a tutearlo fue Guy Gilbert - Mons. Duval estaba disponible para todos.

Su vida de obispo de Argel estuvo marcada por muchas pruebas dolorosas. Cuando conoció, algunos días antes de su muerte, la muerte de los siete monjes de Tibhirine, declaró: muero crucificado. Nunca dudó de que, al dar su vida por amor, construimos el más sólido futuro. Que recibamos el fruto.

¿Qué hay en común entre este gran obispo que presidió la conferencia de los obispos de la región del Norte de África, y que se encontró con personajes ilustres, y nuestros siete monjes cistercienses que eligieron quedarse y vivir su vocación trapense en un monasterio rodeado de un entorno musulmán? Ellos, que incluso habían pensado que, para no ser demasiado evidentes, no debían ser más numerosos de siete. Y por eso habían aceptado la petición del arzobispo de Rabat de enviar algunos hermanos a Marruecos. Entre ellos se encontraba el hermano Bruno, cuyos restos ahora descansan en Tibhirine.

Seguramente, un punto que los unía al Cardenal es que ellos también eran unos enamorados de Argelia. He escuchado al hermano Luc decir varias veces que durante los "acontecimientos", su verdadero superior fue Monseñor Duval.

Christian, que era del que yo estaba más cerca, sin que él hablara de eso a menudo, también fue severamente probado. Habría querido que su comunidad fuera vista como una comunidad de orantes entre los orantes. En realidad, vio que la gente venía aquí principalmente para recibir tratamiento del hermano Luc. Le hubiera gustado ir a rezar en la mezquita construida en el sitio de la antigua iglesia. No le dejaron entrar. Habría querido, después del terremoto de Al Asnam, ir a donar su sangre al hospital. No quisieron su sangre. Y la escalada de la violencia que se desarrolló en la región de Tibhirine marcó a todos en la comunidad. Estaba cerca del hermano Christian cuando nos enteramos juntos del asesinato de la Hermana Paul Hélène y del hermano Enrique. Enrique Vergs había venido a menudo a Tibhirine cuando trabajaba en Sour el Ghozlane, y se había hecho un hermano muy próximo para Christian.

Finalmente, su sangre, la dieron de un modo que no había previsto, aunque lo habían contemplado. Pero la dieron libremente, estoy seguro de eso. Y en Médéa, puedo atestiguar que después de su muerte, muchos se dieron cuenta que, si se quedaron a pesar de los riesgos, aunque hubieran podido irse, era por solidaridad con ellos. Cada uno de los siete podría haber dicho: mi vida ninguno la toma, sino soy yo quien la da.

Siete personalidades lo más diferentes posible. Pero siete hombres libres. Ninguno se quedó por obediencia. O más bien, todos se quedaron para obedecer al mandamiento del amor. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros como yo os he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos.

El imperativo de solidaridad con sus vecinos les pareció más fuerte que todas las buenas razones que habrían tenido para ponerse a cubierto.

Hoy, no cerremos nuestro corazón, sino recibamos el mensaje que nos dejó el Cardenal Duval, el mensaje del cual se hace eco de modo tan elocuente el sacrificio de nuestros siete hermanos: no hay amor más grande que de dar su vida por aquellos a los que se ama.