Así pues, entramos juntos en retiro de bautismo: en unión con el mismo Jesús que se retira, impulsado por el Espíritu, al desierto. 40 días, 40 noches. Él es quien abre el camino, el paso. Y comencemos pidiéndole, con una oración muy insistente, que él mismo lleve a buen término esta Cuaresma 91: que nos lleve a la salvación. Jesús escucha nuestra oración con un gesto. Jesús nos «cruzará», nos marcará con el signo de su cruz.
Con la imposición de la ceniza, no sólo recibiremos un poco de polvo, sino una cruz de ceniza que nos arrastra a su historia, a este juicio, a esta lucha que continúa porque el Mal, mentiroso y padre de la mentira, no ha sido desarmado: está trabajando en el mundo y en nosotros.
Recibir la cruz de ceniza es recibir un secreto... Tu Padre ve lo que haces en secreto: ve tu vida injertada en la cruz y da fruto, aunque a ti te parezca estéril, inútil. La cruz es un secreto de amor: y Dios arde por verlo inflamar todos los corazones. Esta Cuaresma, aquí, en Fez, es también un secreto: el del grano que cae aquí en tierra.
Recibir la cruz de la ceniza es recibir un signo de luz. Sí, porque sabemos que cuando aparezca, seremos como él, ya que lo veremos tal cual es. Quien funda en él, Jesús, tal esperanza, se hace puro como Jesús es puro. Los días de Cuaresma son días santos, no por nuestras buenas obras, sino porque Jesús es santo, santificándonos en el Espíritu.
La cruz de la ceniza es también un signo de semejanza y de pertenencia: Jesús es el primogénito de una multitud de hermanos que encuentran en él al Hijo amado: la gloria de los hijos benditos del Padre, mirados por el Padre, que ve en el secreto lo que soy en verdad.
La cruz de la ceniza es un signo de victoria. Porque estos días son una lucha. Se trata de rechazar como ilusoria toda victoria que no sea la de Jesús el crucificado, resucitado, el Siervo exaltado, obediente hasta la muerte, glorificado ante el Padre, elevado. Jesús nos da su señal: tu lucha es la mía por la salvación de este mundo, no tengas miedo: yo soy vencedor. Ponme como un sello en tu corazón (Ct 8,6): el lugar y el objetivo de esta lucha es nuestro corazón y acogemos la cruz de las cenizas como una herida porque el Amor es fuerte como la Muerte (Ct 8,6).
Una herida de amor. Escuchemos a [San] Bernardo: «María la recibió en su ser: una herida grande y dulce de amor; para mí, me sentiría feliz si de vez en cuando pudiera sentirme tocado al menos por la punta extrema de esta espada». María ha resistido toda tentación: al abrigo del Altísimo. María ha vencido: su armadura, su escudo, es la Fidelidad a su Señor. María descansa a la sombra del Poderoso, no teme al Mal. Cerca de ella, recibimos la cruz de la ceniza como signo de Pascua.
Con ella entremos en la alegría de la salvación, aceptemos ser signados, aceptemos ser salvados, ser amados.
Hermano Christophe, extractos de la homilía para el Miércoles de Ceniza,
Fez, 1 de febrero de 1991
publicado en Lorsque mon ami me parle, Éditions de Bellefontaine, 2010, p. 34-35