“¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…!” (Is 63,19) […]
¡Eres nuestro Padre! Ven a renovar la Alianza de la arcilla y del agua viva. […]
«El mundo entero es noche», decía la tradición judía. […]
Porque el mundo es noche, la tentación es pasar durmiendo, suprimir el viaje, dejar de creer en la obra, en la luz. Perpetuamente, el pueblo de Dios está invitado a partir, al éxodo, al viaje. Y esta llamada es una luz, un fuego que camina delante durante la noche. Esta llamada es una Palabra, un verbo de Dios que es luz que viene a este mundo. […]
La vela que Jesús recomienda, es en última instancia esperar la muerte… Se habrá pasado la vida esperando: crecer, un éxito en los exámenes, un ascenso, los fines de mes, la jubilación… Se espera la muerte.
¿Pero de qué serviría velar si es sólo para esperar el sueño? Y velar la noche, por añadidura, es decir, ¡cuando el deseo te hace dormir!
Jesús […] se presenta como el Día que toma el relevo de la noche, la Luz saliendo de las tinieblas. Una noche, la barca de los discípulos estará en medio de la tempestad. Jesús viene en la cuarta vela de la noche. Y todo se calma. Más aún, de noche nació… y para acogerlo, habrá pastores que, velan por la noche, nos dice Lucas (Lc 2,8). Él viene de noche, [...] como el novio, porque la boda es la noche. Pero el novio llama a una procesión de luz. Cada una de nuestras lámparas puede seguir significando en la noche del mundo, la certeza del día, ya allí como un compromiso. Cuando Jesús muere, las tinieblas se extienden. Cuando regrese, ya no habrá más noche.
El Adviento, es esta vigilancia en la noche, este grito hacia el viajero que frecuentó nuestro exilio y compartió nuestro éxodo: ¡vuelve!
El Adviento es también el compañero que dura en los silencios de la noche. Un Verbo de luz nos dice: ¡Velad… y orad! (Mc 13,37).
He aquí que la estrella de la mañana ya se ha levantado en nuestros corazones. ¡Vosotros sois la luz del mundo! (Mt 5,14).
Hermano Christian, extractos de la homilía para el 1er Domingo de Adviento, 29 de noviembre de 1981