Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor…
El mismo evangelio que para la Pascua. ¿Habría fracasado la alegría de Pascua de los Apóstoles? ¿Habrá hecho falta que se empiece de nuevo para abrasar por fin todo? Podemos pensar más bien que el fuego ha nacido lentamente... Cincuenta días, además, no es nada respecto a los mil millones de años de la creación. Ahora todo nos permite creer que este fuego se estaba gestando en el universo desde la creación del mundo... aquí y allá, asomaban pavesas, revelando este trabajo subterráneo. A veces un verdadero volcán: Abraham, Elías, Moisés… Más a menudo ese calor desconocido que los corazones sencillos cantaron en los Salmos.
PASCUA, es la ALEGRÍA al descubierto, la vida garantizada en el hogar: JESÚS sopla sobre las brasas en el corazón de cada apóstol. Expulsa las cenizas.
Pentecostés: es la ALEGRÍA comunicada, la VIDA fecundada… las lenguas son desatadas. Habitado por una lengua de fuego, cada apóstol se convierte en una antorcha viviente. Comienza la MISIÓN que es comunicar la alegría de Dios. La que Cristo dio, la del Padre vaciándose en el Hijo, la Alegría del Hijo retornando sin cesar al seno del Padre. El microclima del Cenáculo se extiende a las dimensiones del mundo: todo el universo puede volver al clima interior de la Trinidad, allí dónde el Verbo se expresa en el silencio del AMOR: judíos y griegos, partos y elamitas, hebreos y árabes, caldoches y canacos, gente del Este y gente del Oeste, gente del Norte y gente del Sur, cristianos y no cristianos, creyentes o no. Y la llamada está ahí, distinta para cada uno, la que nos llama hacia esta extremidad del mundo, hacia este extremo de nuestro corazón, hacia esta catolicidad única del más allá, como Claudel en su Himno de Pentecostés: “Escucho mi alma en mí como una pequeña ave que se regocija, sola y preparada para irse, como una golondrina jubilosa”. Por una vez, una sola golondrina fue suficiente para hacer la primavera, la primavera pascual cuando Jesús ascendió al Padre volando, creando un concierto de melodías alegres que el Espíritu mantiene eternamente.
En los actos de la Iglesia en el momento que está naciendo, la Alegría está allí. Sin embargo Pedro todavía no ha tomado la palabra… Tomar la palabra no es lo primero en el anuncio del Evangelio, en la misión de la Iglesia. Lo primero es el fuego, es la ALEGRÍA mantenida y contagiosa, es la cohabitación de los confines de la tierra en Paz y Amor, es la ALABANZA buscando armonías en todos los idiomas, culturas, incluso religiones, para ser esa sinfonía de corazones que Dios dice que necesita para poder HABLAR de Él, para decir su Palabra, para decir el Cristo de su Gloria, el Hijo ungido de Su Alegría. El momento está allí y puede durar toda una existencia, donde los instrumentos procuran sincronizarse… Acercarse a la sincronía es entregar ya el mensaje de la sinfonía: Padre, Hijo, Espíritu, 3 notas que solo hacen Una. Ninguna otra sinfonía aparte de esa. Ningún otro himno a ALEGRÍA. Finalmente, quien busca la nota única está en buen camino.
El director de orquesta es invisible, como el viento. Un soplo y da el tono esperado con tal que la flauta se preste a eso. ¿Cuál es este tono? Es la ALEGRÍA de Cristo, la misma para todo el mundo… a cada uno la suya. ¡Comprenda quién pueda! El Espíritu derramado por todo el universo no tiene más buena noticia que la del Hijo. Si sabemos escucharlo en todos sus armónicos, percibimos algo de este mensaje único a través de toda existencia, precisamente en lo que tiene de ÚNICA. Porque el Espíritu hace fuego de toda madera. Incluso los corazones de piedra pueden convertirse en piedras de fuego. ¡El agua ha surgido de la Roca! Hasta hace coincidir a los contrarios, el agua y el fuego, la alegría y el sufrimiento, la iglesia y la sinagoga, la sinagoga y la mezquita, el ateísmo y la fe: es su secreto. Antes de contestarlo, escuchemos el corazón de cada hombre que vibra como un hermano. Saludémosle como Jesús: ¡La PAZ esté contigo! ¡Es Salam! ¡Shalom! Probemos... empecemos de nuevo. Escuchemos: el Espíritu murmura sobre él también el clamor del Padre común: Este es mi Hijo, él es mi ALEGRÍA. Vamos a cantar la relación del Padre y el hermano en el Hijo, el Hijo y la multitud en el mismo Espíritu.
Nuestra ALEGRÍA será personal ciertamente, pero al modo en el que lo es en Dios, como una RELACIÓN de persona a persona, implicando el olvido de sí para hacer memoria del otro, en la acción de gracias, en la eucaristía: Esto es mi Cuerpo, miembro de un solo Cuerpo en Cristo. El Espíritu está allí para compartir con nosotros como buen pan al Cristo viviente en el otro. Y es Pascua de nuevo; como los Apóstoles, nosotros estamos aquí llenos de ALEGRÍA viendo al Señor. Si me amáis os alegraríais porque voy al Padre. Los Apóstoles se ponen en movimiento. En el amor de Cristo, van hacia el Padre… Enviándolos tras sus pasos, Cristo les otorga, por su Espíritu, el amar a los hombres lo suficiente para discernir con Alegría el camino por donde caminar con cada uno, hacia el Padre.
Hermano Christian, extractos de la homilía de Pentecostés, el 26 de mayo de 1985